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Negro imposible de calcular

Esta es la camisa que usaba por la mañana Ahmed. Pueden verla extendida sobre la mesa. Parece un mapa. Un mapa que puede interpretarse a sí mismo como una porción de tierra aprisionada entre el desierto y el mar. Una especie de isla frente a un limbo territorial. Un testimonio de lo perdido. Nadie o muy pocos llegarán a saber que la camisa de mi hijo todavía existe, pero la dejaré aquí donde cae un poco de sol. El calor del sol la secará con el tiempo, luego comenzará a modificar su apariencia: El tamaño se reducirá, su color será otro. El blanco se hará pardo y del rojo pasaremos al ocre. Así, hasta que su composición material comience a extinguirse. Así, hasta que el vestigio se desintegre a sí mismo. 

Hoy es 13 de octubre del 2023. No sé qué nombre ponerle a esto. ¿Cómo hacerlo suceder en mi memoria?  ¿Cómo un ejercicio que, aunque desgarrador comprenda que es necesario repetirse en mi cabeza?  ¿Cómo un reiterado aviso de que no es posible oponerse a la inercia y la oscuridad? Me siento junto a la mesa y pienso en Ahmed bajando las escaleras, descalzo.  Los insectos salían de sus escondrijos para verle detenerse frente a la puerta y cargar el arma. Aves de distintas especies se daban cita en las ventanas, para acusar el dolor de la partida de otros que salían a defender la ciudad. Al fondo, las voces de los habitantes en los multifamiliares vecinos del distrito de Beit Lahia iniciaban un continuo suceder de notas:

 

Me he quedado sin puertas. Tampoco hay ventanas y

por las grietas se cuelan escarabajos rojos que recorren los pisos, 

los muebles y las paredes que han quedado en pie.

Mis ganas de saltar se incrementan. He pensado que usted

puede ayudar a conseguir un momento de calma

en medio de la gran catástrofe de la habitación

donde duermen mis pequeñas hijas.

 

Luego, como en un juego de opuestos, lo que estaba de pie

vuelve a caer y lo que cae, cae más abajo, más profundo

como esta mañana cayeron:

 

Tâher, Talâl, Tâleb Ubayda,

Ubayd, Ubayy, Yahya, Yaiza, Ya'gûb

Zayed, Ziyâd, Zajaruyya

 

Me siento triste, me siento inmortal en esta tristeza. He gastado mi tiempo tratando de recordar la dirección exacta en la que dijimos que podíamos coincidir. La localización del sitio donde me encontraba ya no podrá reconocerse, su apariencia es hoy una acumulación de roca y polvo. Detrás, hay paisajes que se extienden como una inmensidad tan duradera como cambiante:

 

Nubes negras, nubes grises

nubes de todas las tonalidades de negro y gris

gris bajo, gris medio

negro profundo, negro abismal

negro imposible de calcular

negro grisáceo teñido de muerte

imposible de comprender

imposible de concebir

inaceptable como cualquier tonalidad

variante de fatalidad organizada por

la cámara de asesinos de Israel

Dibuje aquí el paisaje que imagina

escriba aquí la palabra que le nazca después de ver ese paisaje

ponga sus manos a la altura de su corazón

oprímalo, sáquelo de su sitio

rómpalo con un martillo

¿Qué tiempo de fatalidad estamos viviendo ahora que no alcanza la muerte para cuantificarse a sí misma? Aquí está la camisa de Ahmed. Es parte de la anuencia entre lo visible y lo extinto. De la lógica material de llegar al mundo muerto y tener la vida como un supuesto, siempre sostenida por la idea de fe entre espera y desconcierto, entre horror y paraíso. Me retiro de la mesa. El tiempo hará desaparecer la camisa de Ahmed. A la sangre no.

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