top of page

Humo de 
nosotros dos

Permanezco durante el día en la habitación que no tiene ventanas. Las voces se concentran más ahí dentro, debo reconocerlo. Un contenedor que condensa la turbia incidental de Salah Al Deen es un aliado contra la dispersión, pero no contra el espanto. Un alto vacío que al paso del tiempo se vuelve aterrador sin sostener su rango mínimo de piedad. ¿Qué quiero decir? Que la absorción del sonido al interior de este refugio se vuelve cada vez más insuficiente al paso de un misil.

Los misiles llegaron a las 9 am. Luego, comenzaron a barrer la ciudad. Había gente que aún pensaba que podía mantenerse a salvo, pero la ciudad se extinguía en su bastedad y en su complejidad de ciudad sitiada, en su acecho inmemorial. Ver a los niños entrar, pero no salir del único hospital que aún lograba sostenerse en pie, era aterrador. Luego, los incendios hicieron más clara nuestra decisión de dar todo por concluido:

 

La ciudad ardía como si hubiese sido concebida para eso. Como si su nacimiento hubiese sido el de una bengala. Ardía con el fuego como principio y como flujo de respiración continua, que aumentaba la combustión e integraba al espacio una inmensa cortina de humo. Humo de nosotros dos. Humo de estampidas. De revoluciones. Humo de detonaciones que vuelven a nacer e incrementan en la medida en que el espacio es más oscuro y más denso el humo que lo dispone. Humo oscuro del cielo de Gaza. 

 

El mundo desde esta ubicación no observa, pero tampoco escucha. No logra comprender la dimensión de esta masacre. Se conforma con una causa relegada al terrorismo para ser excusa de exterminio. El mundo es una vertiente inapreciable, inconcebible en tanto lejana. Extraviada. Perdida. El mundo queda lejos de aquí y se compone de episodios que no regulan el dilema de la ayuda humanitaria más allá de la compasión, mientras un régimen asesta su último golpe potencial de muerte. Esa intención que promete muerte y en sí misma es moribunda y agónica. Que viene del dolor e imparte más dolor como castigo. Que es para ella, un castigo propio tenerse y sentir que se tiene para un mundo silente. Abro la puerta, camino un par de pasos y ahí está otra vez el mismo relato:

 

Mis manos son un cristal que se rompe

cada que intento sujetar los cuerpos

que dispone la gravedad hacia el vacío.

Un paisaje extendido de dolor

donde la miseria se expande como un laberinto

que no puede objetar dirección

si no por el contrario bifurca sus brazos

en la intemperie fría de Jan Yunis.

Hoy mientras salía de la habitación noté que más ventanas de los edificios cercanos han venido cayendo. Mi deseo de atravesar los muros, no es tanto como el de seguir siendo visible ante los demás. Relacionarme con otras capacidades del espacio por reflejar su condición efímera, perecedera, inmaterial. No vengas. Han bloqueado el suministro eléctrico, así que no podremos vernos de noche. Tampoco existe agua corriente. Nos arreglamos con el sudor propio y la propia sangre. Mañana intentaremos poner un poco de orden en la estancia. Es mejor tener un sitio arreglado, aunque la posibilidad de una visita ocasional sea cada vez más escasa. Permaneceremos quietas. Haremos una oración. No hay nada que debamos ir a buscar afuera. En otras palabras: de aquí no saldremos.

bottom of page